29 abril 2010

Carcamales

Todavía recuerdo el tiempo en que me daba, incluso, cierta pena. Sí, cuando llegaban aquellos gamberretes de las gafas oscuras y el traje negro y, cada fin de semana, invariablemente, la pillaban en un nuevo renuncio, cuando era ministra del gabinete de su admirado Aznar. Era divertido, claro, pero, de verla tantas veces caer en trampas similares, a mí por lo menos, me entraba una especie de compasión, la que se siente ante la presa una y otra vez cazada. Ya entonces, desde luego, apuntaba maneras, porque creo recordar que aceptaba sus fracasos con una desvergüenza memorable. Pero, joder, con perdón, como dice ese chiste vulgar sobre Caperucita, hay que ver cómo ha cambiado el cuento. La piedad hacia ella se me ha disipado por completo y lo que siento ahora, como mínimo y por no ser duro, es una estupefacción enorme ante el entusiasmo actual de mi personaje por la zafiedad de la descalificación injusta e inoportuna. Por si acaso aún no lo han adivinado, con esta manía mía del circunloquio, estoy hablando de Esperanza Aguirre.

Hace poco, en estas mismas páginas, refería el suceso en el que, creyendo que los micrófonos estaban cerrados, soltó un exabrupto de los gordos contra un misterioso enemigo que tenía toda la pinta de ser el que todos suponemos. Y lo hizo con una frialdad que, escuchada, asusta. Ahora me entero de que ha llamado “carcamales”, al parecer, a los que participaron en la manifestación de apoyo a Garzón y a las víctimas del franquismo. Carcamal, según el diccionario de la RAE, es una persona decrépita y achacosa y es un vocablo que se utiliza con tono despectivo. Yo no estuve allí, pero, en efecto, debió haber entre los numerosos asistentes algunos de mucha edad y con achaques, de los que llevan esperando 70 años para poder enterrar a sus muertos con la dignidad que les corresponde y cerrar así unas heridas que han sangrado demasiado e injustamente. Mira que hay cosas que, hasta desde el desacuerdo, podía haber dicho con elegancia. Pues no, fue a elegir la peor. Qué pena, de verdad, que nos dirija gente de tan dudosa clase.

Jesús Pino. Para su columna de opinión "a mi son" de Primera Edición Torrijos